jueves, 7 de junio de 2012

Juan Ortega

En más de una ocasión nos habrá sorprendido averiguar algo nuevo sobre una persona a la que creíamos conocer bien. Si esto es fácil que le pase a cualquiera con un amigo o compañero de trabajo, imagínense cuántas sorpresas no me habrán dado mis alumnos en más de quince años de profesión. Detrás de esas caritas inquietas, atentas, traviesas o pasotas, uno ha descubierto a excelentes fotógrafos, artistas, dibujantes, escritores o deportistas de alto nivel. Muchas caras, muchas personas diferentes pero ningún otro caso tan singular como el de Juan Ortega, torero.

Ya sé que es posible encontrar el nombre de un tal Juan Ortega escrito con elegante tipografía en la tarjeta de visita de un importante directivo de empresa, o grabado sobre el bronce de la placa en la puerta del despacho de un abogado o de la consulta de un médico; pero coincidirán conmigo que aquí en Sevilla, llamándose Juan, como Belmonte, y Ortega como José -el del cartel- lo más natural sería verlo impreso para anunciar la corrida de la tarde del Corpus en la Maestranza, que no es moco de pavo.
Estuve torpe, muy torpe, hace cinco años cuando conocí en mis clases de Dibujo a un tal Juan Ortega, y no solo por la pista que dejaba entrever un nombre tan taurino. Estuve torpe, lo sé, pues confundí su compostura, cercanía y saber estar en clase con la buena educación y era temple. Estuve torpe, lo admito, porque no supe distinguir que su porte poco tenía que envidiar al de Ponce, Juli o Manzanares; por no hablar de la mirada que ahora recuerdo limpia como fue la de Paquirri o noble como es la de Espartaco. Estuve torpe, ya sé, al no descubrir a tiempo al novillero que matará esta tarde a su primer toro en la Maestranza de Sevilla. Estuve torpe, Juan, pero allí estaré.